Reseña: Ulcerate - Stare into Death And Be Still



La ventaja de escribir para esta clase de blogs es no estar obligado a reseñar tal o cual disco. El señor Pozas me da libertad total para escribir sobre el álbum que me de la real gana (siempre y cuando entre dentro de la línea editorial, claro está). Pero a veces es interesante ceder el control. De esta forma, es posible toparse con experiencias que, de otra forma, puede que nunca hubieras vivido. Por eso, y por tratar de involucrar más a los lectores, tuve la idea de dejar que fueran ellos quienes decidieran mi próxima reseña. Ya me esperaba acabar comentando alguna demo de un grupo de grindcore indonesio, o de algún proyecto unipersonal de nsbm ucraniano. Pero no, os habéis portado bien. Y si bien la intención era dejaros elegir solo un disco, ha habido empate. Por ser la primera vez, haré reseña de los dos. Soy así de majo.

Ulcerate es de esas bandas que, pese a ser solo tres integrantes, reparten leña como si fueran un regimiento entero. Y también son de esas que vienen a buscar a aquellos que piensan que en el metal ya no queda originalidad, y pegarles una bofetada en la cara con un guantelete de hierro. Lo cual, siendo una banda que se podría enmarcar dentro del brutal death, género en el que el 99% de las agrupaciones se limitan a meter blastbeats sin ton ni son y tecnicismos gratuitos; lo hace todavía más reseñable. Meten tralla a mansalva, si. Pero es tralla con cabeza, y con sentido, y acompañada de “algo más”. Un toque atmosférico, ciertos aires sludge, que hacen realmente únicos al combo de Nueva Zelanda. Y en este 2020 nos traen su 6º disco. ‘Stare into Death and Be Still’, que en español significa “Mira Fijamente a la Muerte y Permanece Quieto”. Pocas veces un título ha descrito tan adecuadamente el contenido de un álbum.

Este trío neozelandés es la puta encarnación de la locura hecha música. Una locura no representada sólo mediante riffs caóticos y velocidad sin freno. Sino también a través de una atmósfera que te atrapa de forma más sutil y abstracta, pero también de forma más profunda, transportándote al mismísimo infierno. Una fórmula que, sí es cierto, requiere de paciencia por parte del oyente. Detesto el muy manido argumento de “requiere muchas escuchas”, normalmente utilizado para tratar de defender a discos mediocres, y por gente que parece que se está obligando a sí mismos a que algo le guste. Pero esta es una de esas ocasiones en que se usa de forma correcta. Son una banda de difícil digestión, con una cantidad de matices abrumadora. En metal-archives, un usuario llegó a señalar que este disco parecía el resultado de fusionar a los propios Ulcerate que ya conocíamos con Neurosis. Afirmación no demasiado desencaminada.

 
Uno no puede hacer otra que alabar el trabajo de estos tres musicazos, que mantienen la misma formación desde el 2012. Michael Hoggard juega con la guitarra como quiere, a base de riffs velocísimos y retorcidos como ninguno. Pero no se limita a enterrar a su guitarra entre la pared de distorsión. Sino que hace sobresalir a esta en ligeros instantes, a través de hipnóticos arpegios y melodías veloces. Paul Kelland, con su atronador bajo, crea la base de distorsión necesaria para que Hoggard pueda lucirse como lo hace. Y su poderosa voz, que se aleja de los guturales de ultratumba que abundan en el género, es perfecta para el apocalipsis sonoro al que nos enfrentamos. Y lo de Jamie Saint Merat a la batería es directamente de otro mundo, nunca más acertado lo de “Saint”. Un batería con una versatilidad y una precisión que asusta, hasta el punto de plantearme si no estamos ante un cyborg. Un tipo que juega con los cambios de ritmo con maestría. Y alguien que demuestra que tocar siempre a toda velocidad no es en absoluto sinónimo de ser el mejor. 

Suelo analizar cada tema por separado. Pero me vais a permitir que en esta ocasión me lo ahorre. Ya que pese a que durante tres párrafos los he ensalzado hasta la divinidad, un punto negativo sí que se le puede sacar a esta obra. Los ocho cortes en los que está dividida presentan una estructura muy similar. Una intro ambiental, unos compases relativamente calmados (todo lo “calmado” que pueda sonar esta gente), para luego romper en el locurón máximo. Es más. Todas las canciones tienen una duración similar, alrededor de los 7 minutos, y todas presentan abundantes cambios de ritmo, unos más sutiles, y otros más bruscos. Demasiados pasajes distintos como para analizar en profundidad cada tema, lo cual daría como resultado un tochazo excesivamente largo. Y que para que lo diga yo, alguien habituado a extenderme en exceso, es decir mucho. Solo añadiré una cosa más. Escuchadlo, si no lo habéis hecho ya.
 
 

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